martes, octubre 04, 2016

Gimme danger



El último concierto de La Cabra Mecánica bajo ese nombre tuvo lugar en la Sala Clamores el día después de que el Barcelona le ganara 5-0 al Real Madrid de Mourinho. De eso, hagan cuentas, hace ya unos seis años. Aquellos conciertos de La Cabra solían tener un mismo final: Lichis empezaba con la agradable "Canción de las plantas", se iba animando con una suerte de rap -"y te he comprado rosas de la China y en un llavero de Pokemón, las llaves de mi corazón; a veces, tiza y a veces, alita... perdí las llaves y el llavero, se me marchitó la flor"- que culminaba en un rotundo "Calavera se mama, calavera se mama".

Aquel era un momento mágico, irrepetible, incluso cuando Hanna intentaba sabotearlo.

El caso es que después del "Calavera se mama" siempre venían Las Vulpes y su "Me gusta ser una zorra", muy bajito, muy bajito para ir creciendo y acabar a gritos. Ese día, ese último día, Lichis fue más allá y se lanzó a cantar el original, es decir, el "I just wanna be your dog" de los Stooges, lo que ponía aún más en evidencia hasta qué punto fue ridícula la censura del tema cuando no era más que una versión de una canción de finales de los años sesenta.

Precisamente "I wanna be your dog" ocupa buena parte del final del documental-homenaje "Gimme Danger" que Jim Jarmusch ha tributado a los Stooges. Es curioso porque la canción pasa desapercibida en su momento, cuando la graban por primera vez en un primer disco que Elektra decide marginar. Sin embargo, con el tiempo, acaba convirtiéndose casi en el emblema del grupo o, al menos, en su canción más conocida, más pop.

El documental empieza con la voz de Jim Jarmusch presentando a Iggy Pop y dejando claro que los Stooges son el mejor grupo de la historia. Viendo el resto de la película la afirmación parece algo desmedida. Buena parte de la narración resulta inconexa -como supongo que no puede ser de otra manera tras casi cincuenta años de excesos-, el éxito no queda claro y quizá lo más interesante sea ese énfasis en su herencia: la línea que va de "I wanna be your dog" a los Ramones, de ahí a los Sex Pistols y, de manera muy notable, a Sonic Youth y sus interminables herederos post-rock.

No quedan tan claras, sin embargo, las influencias y me parecen importantes. Se dice varias veces que nadie más hacía lo que hacían ellos -torso desnudo, distorsión constante, letras de veinticinco palabras o menos- pero en la distancia lo hemos visto demasiadas veces en Robert Plant, Mick Jagger, Jim Morrison, Johnny Rotten, Freddy Mercury o cualquier estrella del rock y el punk que se precie. Qué fue antes y qué fue después se pierde un poco en la neblina del tiempo. Lo más que se llega a decir es que a estos chicos del Michigan profundo "les gustaban la música británica", empezando por el propio Bowie y que a menudo intentaban imitar los "raptos místicos" de James Brown.

No es descabellado pensar que parte -solo parte- del histrionismo de Iggy en el escenario tenga que ver con Roger Daltrey y los Who. Le gustaban los Who y tenía que gustarle el arrollador Daltrey, aunque imposible imaginarse al británico con un collar de perro y arrastrándose a cuatro patas por el suelo. En ocasiones, parece que los Stooges hubieran salido de la nada, como marcianos, y eso es muy improbable. Sus primeras canciones juntos son de 1967 y ya incluían mantras hindúes y rollos a lo George Harrison. Tiene que haber ahí una línea que Jarmusch ha preferido no explorar.

Lo que sí está muy logrado es el retrato de Iggy Pop, a quien desde el primer momento se presenta como James Osterberg. Lejos del glamour y de la leyenda negra de los años setenta y ochenta, las primeras imágenes de  Osterberg son como baterista de distintos grupos hasta que decide formar el suyo propio en la adolescencia, aunque tampoco queda muy claro por qué todos aceptan desde el principio que él debe ser el cantante y que el grupo -Iggy and The Stooges- debe llevar su seudónimo como presentación. Da igual. Osterberg hace y deshace y cuenta con detalle lo que fueron los seis años que llevaron a la desaparición del grupo en 1973, acompañado por unas recreaciones y unas imágenes de archivo prodigiosas.

De lo posterior, no hay apenas mención, y se agradece. Le retomamos a principios de los 2000 apuntándose a una reunión de la banda para un festival. No hay hacia Osterberg ninguna consideración de estrella, se limita a ser uno más de los chicos, una especie de "primus inter pares". Tampoco él parece especialmente interesado en cultivar ninguna leyenda de "énfant terrible". Le gustaba la música y le gustaba hacerla así. Sin etiquetas. Como Lichis.